Opinión

Nosotrxs: ¿Los grupos de terapia han de ser mixtos o separados por género?

Neus Jordá Sanoguera | Psicóloga

No recuerdo exactamente el título de aquella conferencia, quizás porque el tiempo y el disgusto a menudo son cómplices del olvido. Sé que han pasado más de diez años. Me habían invitado a participar voluntariamente en unas Jornadas de Alcoholismo, y decidí hablar sobre alcoholismo y mujer, una relación desde luego desafortunada y con poderosos matices, que me había acompañado desde el inicio de mi andadura profesional. Por la mañana, un psiquiatra de renombre había dado una conferencia inolvidable. Entre elogios, el presidente de aquella organización le había presentado, aplaudido y celebrado, pues su trayectoria no merecía menos. Cuando me tocó el turno a mí, me preguntó con patente tono despectivo:

– ¿Cuánto dura esto?

– Pues tengo para cerca de una hora entre la ponencia y las preguntas que me quieran hacer.

– ¿Una hora? ¿Pero tú quien te crees que eres y que te crees que vienes a hacer aquí? ¿una conferencia? Acorta, tienes media hora como mucho.

Me sentí confusa. Humillada. Pero, como buena chica, me dispuse a obedecer sin atisbo alguno de réplica. Quiero creer que hoy en día, tras tener identificado el machismo y los prejuicios en sus diversas formas, y a mi propia seguridad interior, habría dado otra respuesta. En una insolente ironía, yo me disponía a hablar de desigualdad y de injusticia mientras la estaba viviendo en ese preciso instante.

Uno de los temas que abordé fue el de los grupos. En mis primeros tiempos trabajando en alcoholismo, en GARA en 2008, me pidieron que condujera un grupo femenino. Tras aquella decisión había criterios prácticos (había que dividir de algún modo a las y los pacientes) y terapéuticos (la homogeneidad de un grupo facilita la cohesión). Aquella sigue siendo, dieciséis años después y tras todo mi recorrido, una de las mejores experiencias profesionales de mi vida.

Compartían adicción. Compartían género. Compartían estigma. Compartían cargas. Culpa. Vergüenza. Compartían heridas. Todas lo estaban, como todos lo estamos, de un modo u otro. Pero en ellas, había algo distinto, propio. Cuando una de ellas necesitaba hablar sobre como escondía las botellas bajo la cama, todas volvían a mirar, de alguna forma, bajo la suya. Cuando hablaban de como habían tratado de disimular el alcohol entre la compra, todas bajaban la mirada, compartiendo el mismo eco de vergüenza. Cuando alguna de ellas hablaba sobre la merienda olvidada de su hijo, de su ausencia o su abandono, todas abrazábamos su culpa. Cuando hablaban de gritos, de ¡puta!, de asco en los ojos y voz de un otro, todas recordaban su humillación. Cuando una de ellas hablaba de abuso, de incesto, de violación, de sentir robado su cuerpo y una parte de si misma, todas llorábamos juntas por el surco de una herida que nos alcanza en lo más profundo de quien somos.

– Me parece muy machista lo que dices- dijo una mujer tras escuchar mi conferencia apresurada – lo que debería hacerse es hacer que los grupos sean espacios donde cualquier mujer y hombre pueda hablar tranquilamente de sus cosas sin sentirse juzgado, no separar por género.

Tenía razón. Y mucha. Eso era y sigue siendo justamente a lo que debemos aspirar. Y mientras tanto, mientras lo peleamos, lo trabajamos, lo arañamos con la rabia y la luz que otorga lo vivido, mientras tanto, nos tenemos, nos tuvimos, a nosotras. También a los hombres que toman conciencia y eligen acompañarnos en la lucha por la igualdad. He trabajado en grupos mixtos toda la vida, y he visto las dos caras de una evolución social necesaria e imparable. Juicios desiguales, miedo y dificultad a expresarse y sentirse validadas; trato sexualizado, camuflado en el mejor de los casos de elogio o buen trato; mayor rigidez emocional y menor apertura; el enfoque masculino de consumo como modelo general, en un lado. Pero en el otro, también, he visto a hombres acompañando y sosteniendo la vivencia de sus compañeras y compañeros, abriéndose ante ellas y ante si mismos ante su tradicionalmente despreciada vulnerabilidad. Y volviéndose auténticamente fuertes desde ella. Aprendiendo a identificar la desigualdad, a volverla cuestionable, a combatirla, a repudiarla. He visto al colectivo crecer con la mirada al universo femenino, darle lugar, amplitud y reconocimiento. Porque aunque queda camino, si confiamos en avanzar, no existe otro. Sólo desde ahí podemos seguir aprendiendo a crear un verdadero Nosotrxs.

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