Las narrativas, el lenguaje y el imaginario social
Esta semana he preguntado al alumnado del Grado en Periodismo de la UMH (en una de mis clases prácticas semanales como profesora), la siguiente cuestión: ‘¿Qué os viene a la mente cuando os digo: Persona con adicción’?’
Enseguida las respuestas: Un hombre. Blanco. Mal vestido. Delgado. Desaliñado.
¿Creéis que esa imagen es la real? Muchos de los lectores de esta revista ya sabéis que no. Que no es real. Esto forma parte del imaginario colectivo.
Es curioso, el alumnado del que hablo pertenece a la Generación Z, esta que nació ya con las tecnologías en la mano, muy lejos de los años 80. Esa imagen ha pasado de generación en generación, posiblemente fueron sus abuelos o algunos de sus padres y madres los que vivieron la epidemia de heroína de la que se deriva esa imagen que nos viene a la mente cuando preguntamos la cuestión con la que empezaba este artículo.
Lo que pretendía, era, precisamente que se plantearan cómo el periodismo no puede ser objetivo. Partimos de prismas de la realidad, de perspectivas, desde donde veo yo las cosas, dónde pongo el foco atencional y cómo, sin querer muchas veces, como profesionales, acabamos por reproducir estereotipos, prejuicios o patrones heredados, que ni siquiera tienen que ver con ‘mi realidad’ de este momento.
Quería hablarles de ‘narrativas’. Creo que como profesora de la asignatura ‘documentación informativa’, tengo que ir más allá de la documentación al uso. Por supuesto, que es importante que aprendan la teoría de un archivo documental, que aprendan su importancia y su funcionamiento. Por supuesto, que es importante que sepan, de manera práctica dónde recurrir para buscar documentos que les ayuden a encontrar algunas informaciones o contrastar otras. Pero creo que también es fundamental, enseñarles a documentarse, aunque sea con 4 o 5 ‘tips’ sobre cómo escribir, locutar, producir videos informativos, etc. Sobre temas concretos: salud mental, suicidio, género, LGTBIQ+, guerras, colonialismo, y por supuesto, adicciones.
Cómo utilizamos el lenguaje, cómo narramos la realidad, influye de manera directa sobre el imaginario social, sobre cómo este se va a seguir o no trasmitiendo y reproduciendo. El periodismo va unido de manera irremediable al lenguaje, a la narrativa, a su sutileza y construcción de la realidad.
Una persona con adicción, que no persona adicta, que no yonkie, que no borracho, que no viciosa puede ser cualquier persona de tu propio entorno, incluso tú misma. Puede ser una mujer, un joven, una anciana. Puede ser racializada. Puede vestir bien (y pasar horas apostando o consumiendo cualquier sustancia, incluso hipnosedantes). Puede que aparentemente no tenga ningún problema, pero su estructura familiar, su economía, su situación psicológica y mental sea un verdadero infierno derivado de la adicción.
Esto que yo intento trasmitir y explicar en las clases de periodismo, sirve también en las conversaciones coloquiales que se suceden en las calles y de las que nuestro lenguaje también ayuda a trasmitir cosas, no siempre desde la empatía.
Deconstruyamos juntos el lenguaje y cambiaremos el imaginario social. Este es el primer paso para que se comprenda mejor al que padece una adicción y repercutirá de manera directa en que cada vez, más personas no se sientan estigmatizadas y señaladas y se atrevan a acceder a tratamiento. Así mejoraremos entre todos la salud de la población.
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