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El estigma. Parte 1

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Tal como lo definía Goffman (1963), el estigma es un atributo que vuelve diferente al que lo posee con respecto a los demás, produce un amplio descrédito, defecto o desventaja.

El estigma que ha establecido la sociedad hacia los trastornos adictivos y todos los sentimientos negativos de vergüenza, culpabilidad… que provoca entre quienes los padecen, así como entre sus familiares, son la causa de que actualmente muchas personas no estén diagnosticadas, ni tratadas.

El estigma retrasa la búsqueda de tratamiento y por tanto, la recuperación de la persona adicta y de su entorno más cercano, este tiempo de retraso puede servir para un agravamiento en su salud física y psíquica, así como un mayor impacto negativo en todas sus áreas funcionales.

Y esto es lo que realmente resulta importante y preocupante, el hecho de que las connotaciones sociales que se dan a este trastorno, el desconocimiento del mismo y la falta de comprensión, hagan que las personas no soliciten tratamiento ni ayuda para superarlo, como sucede en cualquier otra enfermedad. Algo que resulta tremendamente injusto y discriminatorio.

Añadimos una dificultad asociada al estigma: el Autoestigma, entendido como un proceso subjetivo que se caracteriza por sentimientos negativos (culpa, vergüenza, baja autoestima, aspectos mencionados anteriormente), comportamientos desadaptativos, percepción y/o anticipación de reacciones sociales negativas basadas en el estigma social que pesa sobre las adicciones.

 ¿CÓMO ENTENDEMOS EL ESTIGMA DESDE CAARFE? 

El campo de las drogas es uno de los ámbitos de la vida social que más están sujetos a estigmatizaciones y prejuicios.

La persona adicta proyecta una imagen de despreocupación con respecto a su propia salud y sobre todos los asuntos y personas que le rodean.

Este proceso de estigmatización convierte al adicto en un ser diferente e inferior; es una persona que no participa, que no interviene, el trato con ellos puede implicar riesgo, desconfianza, al ser percibidos como individuos que pueden llegar a ser peligrosos y que cuando ingieren sustancias, no son capaces de distinguir entre lo que se debe y no debe hacer, creyéndose que perjudican a los demás y así mismos con sus actos.

El propio consumo le genera un deterioro del entorno social (familia, iguales, conocidos, vecinos, etc) y laboral. Más tarde o más temprano y como hecho inevitable se producirá su exclusión social (voluntaria u obligada). De esta forma le resultará imposible plantearse otro proyecto de vida al margen de la sustancia. A esto ha contribuido su creciente baja autoestima, su bajo autocontrol, la carencia de pensamientos críticos hacia la adicción, valores y atributos interiorizados alrededor del consumo.

El consumo de sustancias tóxicas supone una pérdida de la calidad de vida, así como de las habilidades psicosociales debido a la adicción. Habilidades que por otra parte, le privan de poder ser capaz de afrontar situaciones personales de crisis en las mejores condiciones y de salirse de aquellas situaciones de alto riesgo para el individuo (contacto con las sustancias y los consumidores).

Aunque las personas que más sufren las consecuencias del estigma son las propias personas que padecen enfermedad mental, las familias también son “victimas” de la estigmatización, a este fenómeno se le llama estigma de cortesía (Goffman, 1963) o estigma asociativo (Mehta y Farina, 1988).

Las mujeres pueden experimentar lo que se conoce como “doble estigmatización” e implica:

1. Un estereotipo altamente negativo que destaca adicción y promiscuidad sexual asociada.

2. Oposición con su “función” responsable de los valores éticos de la sociedad

3. Como “encargada” de la crianza y educación de los niños, culturalmente es mal vista y tiene menor poder y estatus social y laboral.

Las Asociaciones que conforman CAARFE, que se encuentran repartidas por toda la geografía española, trabajan incansablemente por conseguir transmitir a la sociedad que les rechaza una imagen de normalidad a la hora de tratar la enfermedad y recuperarse de sus consecuencias.

Desde CAARFE nos esforzamos por hacer ver que cualquier droga es peligrosa, independientemente de si es legal o no lo es; la importancia radica en la capacidad de esa sustancia en generar una dependencia y, por ende, un trastorno mental como son las adicciones.

Hoy en el mundo occidental, se identifica claramente las drogas ilegales como peligrosas (cannabis, cocaína y opiáceos), mientras que son consideradas menos relevantes las drogas como el alcohol, el tabaco o los psicofármacos, por lo que la aceptación social es mayor.

Sin embargo, los límites en la relevancia y el nivel de peligrosidad, el estigma,  van cambiando a medida que la problemática del consumidor de alcohol aumenta, pasando a ser rechazado por la sociedad.

En los países desarrollados se promociona el alcohol asociado con aspectos positivos, actividades de prestigio y estatus social. Mientras la sociedad promueve el consumo de bebidas alcohólicas, una vez desarrollada la adicción al alcohol, es esa misma sociedad la que aparta y rechaza a la persona que la sufre, la estigmatiza.

Siga leyendo la segunda parte del artículo pinchando aquí.

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Cristina Prados

Psicóloga de la asociación AARIF de Illescas y coordinadora del comité asesor técnico de CAARFE

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