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Soy mujer y se me exige…

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Soy mujer y he nacido con una presión encima, yo no la busqué, me la adjudicaron antes de nacer cuando vieron mi sexo en la ecografía.

Durante los primeros años crecí feliz en un mundo lleno de colores en el que sin saber porqué no todos estaban adjudicados para mí, así que me acostumbré a cierta monocoloridad. MI “enseñanza” empezó antes de ir a la escuela, pues con poquísimos años ya daba el biberón, cambiaba pañales, cocinaba y limpiaba en un mundo de juguetes. Era madre a los tres, cuatro o cinco años y, además, se me alentaba para que lo hiciera bien. ¿Cómo me iba a extrañar si todas jugaban al mismo juego que yo?

Cuando mi cuerpo anunció que podía ser madre de verdad, se estremeció. A partir de ahí llegaron los límites, las fronteras, la compostura, las exigencias y los “ten cuidado con quien te juntas”, los “no vayas por ahí sola que no está bien visto”, o los “no camines tarde por la calle sola que nunca se sabe”, “vente pronto”. En un mundo que dicen libre, empecé a sentirme prisionera.

Durante ese trayecto me vendieron mil imágenes de mujeres perfectas, con sus cremas, colonias, bolsos, zapatos, complementos, liposucciones e implantes para que me asegurara ser una mujer con medidas casi perfectas, o al alcance de conseguirlo. Por venderme me vendieron hasta coches para ser más “libres”, como si lo que sentía y padecía pudiera curarse poniendo unos kilómetros de distancia.

Soy mujer y se me exige tantas cosas.

Se me exige ser una buena hija, buena mujer, buena trabajadora, buena empresaria, buena ama de casa, buena cuidadora, buena amante, mejor esposa, o tener hijos, que, si hasta decidiera permanecer soltera, parece como si la sociedad penalizara esa elección mirándola de reojo. Son tantas cosas, que es imposible ser buena en todo, pero se me exige.

Ahora que me doy cuenta llevo unos minutos hablando con vosotros y vosotras y aún no me he presentado, pues, soy mujer y soy alcohólica.

Seguramente os preguntaréis… ¿cómo llegué hasta ahí?, pues de mil formas, y todas de alguna manera tienen que ver con esas exigencias. ¿Sabéis por qué?, porque en el fondo no nos dejan ser libres.

No sé si llegué a ese estado porque me hicieron bullying en el colegio, porque sufrí bulimia y anorexia, por asumir todas las responsabilidades, por las exigencias de mi pareja o marido, por violencia de género, por tener que demostrar en mi trabajo más que los hombres aunque el trabajo fuera el mismo, porque tenía que ser una emprendedora de éxito, porque en mi juventud entendí que ser “una mujer libre” comportaba beber como ellos con mis amigas, por la soledad que sentía, para combatir la depresión y los ansiolíticos, por no saber como relacionarme, porque no me veía atractiva, porque mis jornadas laborales era continuas entre trabajo, esposa y ama de casa,… y por otras muchas razones que es imposible enumerarlas todas.

En realidad, no las he vivido todas, yo tuve las mías, pero esas y muchas otras historias si las he escuchado de otras mujeres, mujeres como yo que hoy son mis compañeras.

He entendido en este trayecto que las diferencias, aunque biológicas, no pueden ni deben convertirse en desigualdades discriminatorias. Que lo que he sufrido es una enfermedad que me estaba matando en vida, que la mantuve oculta hasta donde pude, porque tenía que aparentar y cumplir con mis “obligaciones”, y porque la sociedad, por mi condición de mujer, no me facilitaba pedir ayuda tan abiertamente como a un hombre.

Todo fue así hasta que me cansé y decidí pedir ayuda. Y no creáis que fue fácil emprender ese viaje, porque hasta donde acudí me encontré en franca minoría, pero, si había algo que nos equiparaba, por una vez, era que todos compartíamos la misma enfermedad. Comprendí en ese momento que mi vida no dependía ni de números ni de género, sino que vivir dependía única y exclusivamente de lo que yo quisiera hacer con mi vida, y esta vez estaba dispuesta a vivirla.

Hoy, sigo cuidándome, viviendo una vida plena, con mis amigos, con mi familia y con los que me quieren tal y como soy ahora. Me he dado cuenta de que esas exigencias en nosotras no son saludables para un crecimiento adecuado, independientemente de que se pueda caer o no en una adicción, que no se trata de ser “buenas…”, sino que en la vida hay que ser generosos con todas y todos y actuar con bondad.

Hoy, también, sigo ayudando a otras mujeres que llegan, para que sepan que no están solas, que ese primer paso que han dado puede convertirse en una realidad como las que les mostramos mis compañeras y yo misma, las mismas compañeras que me ayudaron a mí.

Por todo esto compañera, si por alguna razón te encuentras en el mismo lugar que estuve yo hace mucho tiempo, no te escondas más, pide ayuda. Porque al alcohol, ni a nadie, le puedes consentir que reprima todo tu ser como mujer.

Así que ahora, solo puedo deciros una cosa y es que yo, he decidido SER MUJER, LIBRE y SOBRIA, con todas sus buenas consecuencias.

Ahora que caigo, creo que no os he dicho mi nombre completo, soy mujer y soy Alcohólica Rehabilitada.

Salud y Sobriedad.

¡Un abrazo a TODAS!!

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Luis C Vertedor

Psicólogo. Máster en Investigación en Psicología y Experto en adicciones.

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