Cuando la sobriedad enriquece el alma (II)
Lea la primera parte del artículo
Y pasan los meses…
En estos días la lucha se debate aún entre el deseo de consumo, la abstinencia y en una gris y triste sobriedad.
La realidad de la calle la siente ajena, como si no encajara en la sociedad y, en ocasiones, se siente “señalado”. Estas sensaciones y emociones son solo el producto de la vergüenza, la culpa y sobre todo del caminar con los pensamientos de alguien a quien no conoce todavía, y es él mismo.
Entre esos días, están los días que se va a terapia, un día más en los que desprender algo de esa mochila del pasado que pesa enormemente. Se llora, se comparte, se desembucha, se cuenta, se sigue vomitando. También, en algunas ocasiones, se asumen las consecuencias de ese pasado y tras oír algunos testimonios después de hora y media de terapia, la ansiedad hace acto de presencia y, a veces, se sale aún peor que cuando entró en la sala, de momento…
Tras otros meses, el espejo empieza a esbozarle una sonrisa cada mañana. La abstinencia física ha desaparecido lentamente y, ahora, se es abstinente simple y llanamente. En esa incorporación paulatina a la nueva realidad, sus pasos se adivinan temblorosos en el ejercicio y la asunción de las responsabilidades. Y es que la adicción tiene el poder de destruir y liquidar hasta los valores más importantes. Este nuevo entrenamiento da paso a otras situaciones, nuevos miedos, ansiedades y estímulos condicionados al consumo. Son los momentos en los que una palabra mágica y muy importante en la recuperación de la persona adquiere una relevancia capital y es, la palabra, NO.
En ocasiones, algunas personas comienzan a verbalizar en sus testimonios “lo contentos” que se sienten en esa nueva abstinencia, exponiéndose a situaciones de la que se sienten “ganadores”. Es entonces cuando se les aconseja que no confundan la euforia con la alegría, pues de la primera están las recaídas llenas. La recuperación de la persona adicta se construye poco a poco, paso a paso, y la prudencia en cada uno de ellos es el mejor signo de que se avanza con pie firme.
Quizás, ha llegado el momento de recordarle, una vez más, una máxima que ha visto innumerables veces en alguna de las salas colgada de la pared:
“Serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar.
Valor para cambiar las que si podemos.
Sabiduría para distinguir la diferencia.”
Poco a poco la vida empieza a recobrar cierto sentido, se emprenden acciones que antes eran casi impensables y que son la suma del propio esfuerzo, el del grupo y el de la ayuda profesional que van tomando cuerpo. Las horas invertidas en terapias le están ayudando a reconocer y a reconocerse cada día un poco más.
En ese proceso de reconocimiento personal va asumiendo que padece una enfermedad que es para siempre, y confluyen una serie de sentimientos contradictorios entre sí. Por un lado, se siente contento de sus avances, por el otro, empieza a visualizar que la verdadera rehabilitación consiste en no tocar nunca más la sustancia. Y ahora, es cuando pueden venir pensamientos a su mente del tipo… “los otros sí pueden, yo no puedo”, lo que le produce cierto desasosiego al imaginarse en ese futuro incierto. Cuando lo importante es pensar, tan solo, en el día de hoy.
De límites y limitaciones
Es necesario en este proceso poner barreras al consumo, unas físicas (personas) y otras comportamentales, como alejarse de aquellos lugares donde la sustancia primaba por encima de la persona, además, de las verbales ejercitando asertivamente el NO tantas veces sea necesario.
Durante este tiempo es fácil que la persona viva la abstinencia como una limitación. Entonces, asaltan otro tipo de preguntas… “¿por qué yo?, ¿por qué no lo paré a tiempo?”, y un sinfín de cuestiones más que necesitarán de un tiempo para resolverlas. Siguen las contradicciones, se siente bien pero limitado. El único lugar donde se siente cómodo es en el grupo, a pesar de esos tímidos avances que va consiguiendo.
Todavía le faltan horas de terapia para percibir que lo que está viviendo no es una limitación, sino que cuando estaba en activo era la sustancia la que lo convertía verdaderamente en una persona limitada. Más tarde, comprenderá este trabajo personal y se dará cuenta que no existe tal limitación, sino que el límite que pondrá entre la sustancia y él, significará algo tan importante como una línea de salida para su propio crecimiento personal.
El primer año
Estamos de cumpleaños, el primero de la nueva vida. Es hora de compartirlo con el grupo desde donde se recibe el refuerzo, las felicitaciones son sinceras y bienvenidas. La alegría es compartida. El reconocimiento de que es una persona con una enfermedad está aún más cerca.
Pasada esa alegría personal del primer año, es fácil llegar a pensar que ya está todo el camino recorrido. Como también puede hacer acto de presencia la apatía, la abulia y termine preguntándose a sí mismo… “soy adicto ¿y ahora que hago con mi vida? Así, los meses venideros serán de vital importancia en la consolidación de una verdadera rehabilitación. Tanto en un caso como en otro, hay que explicarles (y suelo decirles) que, “el mejor día para venir a terapia, es el día que no se tienen ganas”.
Es en estos meses llenos de disquisiciones, reflexiones, aprendizajes, comunicaciones asertivas con la familia donde la rehabilitación se empieza a consolidar y la sobriedad comienza a tomar espacio. Los problemas se atienden, no se aplazan. Las emociones se regulan adecuadamente. Los sentimientos negativos como la culpa, el rencor y el resentimiento se han sanado.
Construir, reconstruir, construirse
Ahora queda un maravilloso trabajo por delante. En ese aprendizaje continuado de sí mismo intervienen muchos valores que requieren de su puesta en práctica nuevamente. El primero, la sinceridad en ese diálogo interno consigo mismo. El segundo, la honestidad personal que deviene de la primera y, por último, la responsabilidad. Todos ellos, finalmente, desembocarán en la humildad.
La responsabilidad de reconocer el valor y el cariño de los familiares que estuvieron a su lado en los peores momentos. A los verdaderos amigos que en algún momento no tuvieron otra opción que apartarse para no hacerse daño ellos mismos. Y a todos los que de una forma u otra sufrieron cuando la persona estaba en activo. A todos, pedirles disculpas, pero más importante aún, darles las gracias.
Ayudar a reconstruir a toda la familia es parte de ese maravilloso trabajo, que no sin esfuerzo, devendrá en la satisfacción personal de que ahora se está presente. Ayudarles a superar sus miedos, ayudarles en las recaídas de sus conductas o sentimientos, a no tener estos en cuenta, porque es parte también de su propio proceso de recuperación y, en definitiva, enseñarles que la esperanza no es una ilusión, sino que se trabaja día a día.
Poco a poco las piezas del puzle van encajando. La familia recobra su unidad, la persona no se siente aislada en sociedad, y se considera un miembro más en la que él elige libremente la forma y manera de relacionarse con la misma. La sobriedad ha hecho, por fin, su aparición. No ha emergido de forma gratuita, porque echando la vista atrás, el trabajo para llegar a ella ha sido ingente, perseverante, tenaz, constante y, sobre todo, enriquecedor.
La felicidad está a un solo paso. Así que, volvamos de nuevo a esa máxima de arriba con sus tres frases (Serenidad…, Valor…, Sabiduría…), y fijémonos por un momento en la primera de ellas. Hay una palabra en este proceso que va a ser la clave en la recuperación de la persona, y es…, aceptar. Cuando la persona se acepta tal como es, las demás frases y todas en su conjunto adquieren una totalidad vital. La ACEPTACIÓN es la llave final que abre esa puerta hacia la libertad personal, es ahora cuando es capaz de observar su pasado de forma comprensiva y, a la vez, estar orgulloso del presente que ha construido.
La aceptación, por fin, se ha convertido en felicidad. Una felicidad que nace desde lo más profundo de las entrañas y que a partir del trabajo continuado, recorrerá cada poro de la piel, tocará lo más interno del corazón y acariciará, enriqueciendo, su más que infinita esencia, su alma.
Finalmente, a todos los que podáis estar leyendo leer este artículo y estéis inmersos en ese proceso de cambio, desearos muy sinceramente…
Salud y Sobriedad.
¡Un fuerte abrazo a todos!!
Luis C Vertedor
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