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El movimiento asociativo: de un modelo de salud a un espacio de convivencia (2ª parte)

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LEA LA PRIMERA PARTE DEL ARTÍCULO

Ante lo descrito hasta ahora se deduciría que son muy pocas las personas que superan un trastorno adictivo, pues nada más lejos de la realidad. Son muchas las personas, mujeres y hombres que salen, superan y paran esta enfermedad. Si, digo bien, la superan y la paran, y es una realidad constatable con muchas caras y voces que suenan unísonas al ritmo de la sobriedad.

Si les preguntáramos a cada una de ellas o ellos si les fue fácil superar y parar esta enfermedad, nos encontraríamos con la misma respuesta, no. Y es que no es nada fácil para estas personas, no es tan sencillo. Superar una adicción requiere de un gran esfuerzo personal que, en sus inicios, va más allá de lo que la voluntad, por sí misma, es capaz de soportar.

Si hablamos de una misma enfermedad, la adicción ¿qué hace que sea difícil superarla? Son muchos y variados los factores que influyen en una persona para que pueda conseguir parar la enfermedad. Primero, de la dependencia en sí misma, de si es a una o a varias sustancias y del grado de afectación a nivel neurológico; segundo, de la personalidad; y, por último, del contexto social en el que se desenvuelve la persona. Por estos tres factores se define la enfermedad, por su carácter biopsicosocial.

La enfermedad y la persona, entre lo personal y lo social

Imaginemos por un momento que vamos por la calle caminando, y, de pronto, tropezamos y nos caemos al suelo, ¿qué hacemos primero? Sí, lo habéis acertado. Antes de observar si nos hemos hecho daño, siempre miramos a nuestro alrededor por si alguien nos ha visto y nos levantamos enseguida, intentamos recomponernos y procuramos actuar como si nada hubiera ocurrido ¿De qué hablamos? De la vergüenza.

Este sería un ejemplo nimio o ridículo si se quiere, pero como dijimos en el primer artículo, ¿quién quiere aparecer como alguien ridículo ante los ojos de los demás? La respuesta es, nadie. Nadie quiere sentir vergüenza de sí mismo, ni aparecer como algo negativo ante los ojos de la sociedad. Y si hablamos de la mujer (ya escribí un artículo específico dedicado a ellas), este sentimiento si multiplica por mil.

Como bien define la Ciencia, la enfermedad adictiva es progresiva, y se desarrolla tras un hábito continuado y abusivo. Teniendo esto en cuenta, la persona que padece un trastorno adictivo, con mucha probabilidad, desconozca que aquello que le ocurre es una enfermedad. También, con una alta probabilidad, conozca en su entorno social más cercano a alguna persona con la enfermedad en su desarrollo más destructivo. Pues, ahora sumemos, desconocimiento, más la creencia de que es “capaz de controlar” en comparación con otras, le llevaría a la conclusión errónea, de que ella ni por asomo es aquella con quien se compara. Estas dos variables, en principio, hacen que la persona a pesar de que tenga bastantes manifestaciones de la enfermedad, le impida reconocerla y pedir ayuda.

Y si hablamos de que la persona, hombre o mujer, que la padece, con mucha probabilidad, desconozca que es una enfermedad, ¿por qué han de conocerla quienes conviven con ellos y le rodean? En este caso, tanto unos como otras adolecen del mismo desconocimiento. Pero, si desde el lado de quien la padece hablamos de un sentimiento de vergüenza personal, desde la parte más social quienes tomarían la palabra serían los prejuicios ante quienes la sufren; sobre todo, si nos referimos a la droga legal por excelencia como es el alcohol. Este desconocimiento social -cada vez menor, también hay que decirlo-, también dificulta la mirada que la persona deposita sobre sí misma, así como la de aquellos que conforman su entorno social (familia, trabajo y amigos).

Así, en esa progresión fatal de la enfermedad, en la que las manifestaciones de su conducta son cada vez más continuadas, incontrolables y virulentas, y, ante la visión negativa de sí misma, es donde aparece ese concepto del que hablábamos antes, la vergüenza. Un sentimiento que se intenta mantener oculto y que dificulta sobremanera la petición de ayuda.

Por eso, sigamos sumando, desconocimiento de la enfermedad, creencia errónea de que pueden controlarla, y ese sentimiento de vergüenza personal y social, nos da, como resultado definitivo, un retraso en esa petición de ayuda. Y como en el ejemplo de la caída, cada vez que la persona “tropiece”, intentará recomponerse, sin éxito, claro está.

Por todos estos factores, y como decíamos en el primer artículo, en la primera entrevista, sea desde el modelo de autoayuda, o bien desde el ámbito profesional y psicológico, estas variables se han de tener muy presentes.

La enfermedad es la misma y es un concepto, la adicción; lo que existe realmente son personas enfermas, con personalidades y ambientes distintos, sí, pero que, ante todo, son y siguen siendo personas.

La voluntad, ¿se compra o se vende?

Si hemos dicho al principio que hay muchas mujeres y hombres que consiguen superar la enfermedad, y, por otro lado, manifestamos que la persona llega con la voluntad tremendamente mermada ¿cómo es posible que dichas personas logren superarla?

Pues, cuando una persona, y siguiendo con el símil del estadio o terreno de juego, se pone en manos de una asociación, estas disponen de unos gimnasios fantásticos donde practicar y fortalecer la voluntad, y son las terapias de grupo. Este es el gran medio donde la persona, poco a poco, irá poniendo en práctica aquello que vaya aprendiendo. Y es que, dentro de la terapia de grupo, donde además de compartir su problemática con sus iguales y disponer de profesionales que le orienten, contará con el mejor de los recursos disponibles, que es, la silla.

La silla será un elemento fundamental en la recuperación de la persona, que, con el paso del tiempo, se convertirá en su mejor amiga, en su fiel compañera.

(Este artículo continuará con una tercera parte).

Salud y Sobriedad.

¡Un abrazo a todas y a todos!!

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Luis C Vertedor

Psicólogo. Máster en Investigación en Psicología y Experto en adicciones.

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