El (¿mal?) uso de los smartphones en la adolescencia
Durante la última década se ha podido observar en casi todos los hogares de España cómo sus menores adolescentes han incrementado su apego a los móviles o smartphones más actuales.
Hoy en día, no es de extrañar que un niño o una niña de 10 años le pida a sus padres que le regalen un Smartphone, alegando que “todos sus compañeros de clase ya tienen uno”. Según datos del INE, del 42,2% de menores de 11 años que tenían su propio dispositivo móvil en 2015, ya se ha alcanzado un total del 50,9% a lo largo de 2016.
¿Es un dato alarmante?
Según el estudio Menores de Edad y Conectividad Móvil en España -realizado por el Centro de Seguridad en Internet para los Menores e integrado en el programa Safer Internet de la Comisión Europea-, no sería así, ya que su propio consejo es que los menores comiencen a utilizar este tipo de dispositivos “LO ANTES POSIBLE, siempre y cuando esto suceda con el acompañamiento de sus padres y éstos estén decididamente implicados en su formación”.
Si bien es cierto que el uso a una temprana edad y durante toda la adolescencia supone diversos beneficios, también se deben contemplar los riesgos a tener en cuenta y tratarlos junto con los jóvenes de una manera sana y natural.
Entre algunas de las ventajas de las que podrán beneficiarse… se encuentra una ventana de oportunidad a nivel pedagógico, que puede ayudar a potenciar la creatividad, las competencias tecnológicas y el acceso a la información, favoreciendo también la creación de espacios de comunicación e intercambio y un mayor dinamismo en las aulas.
La práctica de otros idiomas de manera gratuita o el contacto con familiares o amistades que viven lejos de su ciudad son otros aspectos positivos que los adolescentes pueden disfrutar.
Sin embargo, durante la niñez y la adolescencia, el uso de smartphones puede convertirse también en algo negativo si no son procesos guiados y acompañados desde el diálogo y la confianza.
Son muchos los casos en los que los jóvenes se aíslan detrás de sus pantallas, prefiriendo quedarse a solas jugando en casa o conectados a las redes sociales en vez de disfrutar de un día de deporte al aire libre o de una conversación en familia.
Algunos riesgos entre iguales también son el cyberbullying o acoso a través de internet, el escaso desarrollo de habilidades sociales o los juegos online en los que se apueste dinero.
Actualmente, diversos estudios señalan que los jóvenes y adolescentes dedican de media entre 6 y 7 horas al día al uso de estos dispositivos, mostrando muchos de ellos algunos síntomas “típicos” de una adicción en lo referente a su uso (o abuso).
Algunas de estas respuestas o comportamientos al utilizar sus móviles o ante la falta de estos son: irritabilidad, enfado, nervios… cuando se han olvidado el móvil en casa o cuando están cerca de agotar su batería, pérdida o distanciamiento en las relaciones familiares y con sus iguales, o falta de interés ante actividades que antes les gustaban o practicaban con frecuencia como el deporte o ir al cine.
¿Cómo podemos prevenir que se llegue a esta situación?
Comunidad educativa, familiares, organismos públicos y ciudadanía en general, puede contribuir a mejorar y fomentar el uso recreacional y a su vez responsable, en todos los y las adolescentes. Abriendo espacios de confianza y de diálogo con nuestros alumnos/as, hijos/as, vecinos/as… en los que les transmitamos información que no verse únicamente en riesgos y en miedos, sino en ejemplos claros con los que puedan sentirse identificados.
En el caso de los más pequeños, la supervisión podrá ser más amplia, estableciendo por ejemplo claves de acceso si se pretende acceder a ciertas páginas o se va a utilizar juegos de pago. Para ello, será interesante y emocionalmente eficaz, adecuar las normas y expresarlas de forma clara en función del momento evolutivo de cada menor, de modo que si se detecta que la pauta establecida ya no se ajusta a la realidad, por ser demasiado estricta o por todo lo contrario, pueda ser reformulada junto con el joven.
Actualmente, Smartphones, Tablets u otro tipo de dispositivos de misma naturaleza, canalizan la comunicación y la expresión de emociones entre los adolescentes, por lo que censurarlo o negarlo sería un error. Por ello, con más razón se vuelve imprescindible facilitar momentos de diálogo sobre qué le ocurre también en la Red, y no solo dentro del aula.
La creencia de que invadir o controlar sus cuentas de correo electrónico, sus conversaciones de Whatsapp o sus perfiles en redes sociales puede ser una buena solución, sólo traerá dificultades a la relación entre joven y adulto. Ahora, los niños y niñas nacen siendo nativos digitales y negarles el acceso a una de sus principales vías de socialización solo sería un error.
Somos los adultos los que tenemos la responsabilidad de mantenernos actualizados con las nuevas tecnologías, con las nuevas aplicaciones y las diversas formas de comunicarse, compartir tus experiencias y, en general, tu vida.
Y ahí está la clave, en la conjunción entre educar y educarse a sí mismo, para lograr un encuentro saludable entre unas generaciones y otras, y para el buen uso de las tecnologías.
Paula Castilla
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