El cambio actitudinal: Una receta para resolver la adicción
Félix Rueda | Psicólogo experto en adicciones. Fundación Noray Proyecto Hombre Alicante
La prevención de las conductas adictivas es un objetivo prioritario para las administraciones públicas, los servicios sanitarios y todos los agentes sociales implicados en una realidad tan aparentemente distante como los problemas de drogas.
No en vano entre la preocupación de la población española los fenómenos adictivos se encuentran muy por debajo de otros problemas como el paro, la situación económica y política, la corrupción y el fraude reflejados en el último barómetro (julio de 2013) del CIS. Pero la realidad es que afecta a un porcentaje de población nada despreciable: las personas que inician anualmente tratamiento por consumo de drogas superan las 50.000, y, efectuando una estimación sobre la población mayor de 15 años, casi 4 millones de personas afirma haber consumido cannabis en los últimos 12 meses, casi 1 millón de personas afirma haberlo hecho en el mismo periodo con la cocaína, por no hablar del alcohol, el tabaco o los hipnosedantes.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, no solo la prevención de los trastornos adictivos es un fenómeno importante, también la intervención y el tratamiento son importantes para la reducción de daño, la disminución de costes sociales, y la posibilidad que personas con problemas severos puedan resolverlos de manera adecuada.
De hecho, la población española señala como herramientas para la disminución de los problemas asociados al consumo de drogas, en primer lugar la educación en las escuelas, y en segundo el tratamiento voluntario a consumidores.
A esto hay que sumar que la percepción de disponibilidad de la droga en un intervalo máximo de 24 horas y las intoxicaciones agudas de alcohol en personas de ambos sexos con edades comprendidas entre los 15 y los 34 años son las más elevadas de los últimos 14 años.
Con todos estos datos extraídos de la encuesta sobre alcohol y drogas en población general en España del PNSD relativa a los años 2011-2012, las perspectivas parecen poco alentadoras.
¿Qué podemos hacer entonces?
La solución al problema está, en gran medida, en que aquellos que tienen problemas adictivos soliciten por ellos mismos la ayuda necesaria para superarlos de manera eficaz, pero, motivar a las personas hacia el cambio no es una tarea fácil.
Hace unos años Prochaska, DiClemente y Norcross, platearon lo que ellos denominaron “Modelo Transteórico del Cambio”, esto es, un marco teórico a través del cual establecer el momento o fase en el que se encontraba la persona que presentaba el problema adictivo. Vinculado inicialmente al tabaquismo, el modelo es extrapolable a cualquier otro fenómeno adictivo, y yo diría que a cualquier proceso en el que se precise un cambio actitudinal.
Las fases de dicho modelo son: pre-contemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento. El objetivo es que la persona pase de las primeras dos fases a la de preparación, para que la probabilidad de cambio de conducta sea mayor. Una vez en la fases de acción o mantenimiento, pueden sobrevenir recaídas, pero ya nadie duda que las recaídas son una parte posible del proceso superación de un trastorno adictivo.
Para que la persona avance hacia las fases deseadas, será preciso que primero tome conciencia de que existe un problema, analizando el entorno, las posibles contradicciones entre lo que se desea y lo que se obtiene en todas las facetas de la vida: efectos del consumo, salud, familia, trabajo, amigos…
Solo mediante un trabajo intenso podremos contribuir a que el cambio se dé, puesto que estamos generando actitudes ante algo que, inicialmente, no plantea problemas a la persona que lo sufre. Las dificultades vinculadas al consumo vienen después, cuando el deterioro de la persona y de su entorno es elevado.
Además, contamos con los factores de riesgo y los factores de protección, los primeros son aquellos que favorecen que la persona inicie un consumo de drogas, pasen a un consumo problemático y desarrolle un trastorno adictivo, y los segundos, evidentemente los que lo evitan. Entre los primeros podemos encontrar: actitudes favorables del entorno y la familia ante las drogas, disponibilidad de las drogas, baja autoestima, búsqueda de sensaciones, presión de grupo… Los factores de protección pueden entenderse, de manera simple, como los contrario a los de riesgo: sana auto-estima, actitudes de la familia desfavorables (dialogantes y con argumentos, más que impositivas) ante el consumo de drogas…
Hasta aquí todo parece fácil, favorezcamos que la persona pase de las fases precontemplativa/contemplativa a la de preparación para la acción, incrementemos los factores de protección y minimicemos los factores de riesgo.
Pero hay algo más… en la década de los 90 varios grupos de investigación abordaron el problema de la afectación cerebral relacionada con el consumo de sustancias psicoactivas, y obtuvieron evidencias de una disfunción cerebral severa en las personas que consumían drogas. Esta disfunción interfiere, entre otras cuestiones, en la toma de decisiones, incluso en decisiones que implicarán consecuencias futuras (véase el concepto de “miopía del futuro”), por lo que la tarea de promover el cambio ya no parece tan fácil.
El cambio actitudinal guarda una estrecha relación con la práctica de comportamientos proclives a esa actitud, esto es, si quiero ser deportista, tendré que hacer deporte. Lo mismo sucede con las drogas, si quiero dejar de tener problemas relacionados con el consumo tendré que evitarlos. Si la persona está en este punto ¡fantástico!, ya está en las fases de preparación para la acción o de acción.
Pero a veces, la persona no se encuentra en este punto, en muchas ocasiones la demanda surge de las personas cercanas (familiares, amigos, profesionales del ámbito social) a alguien que se encuentra en una situación problemática con respecto a las drogas u otra conducta adictiva, quienes solicitan información de los diferentes recursos y profesionales respecto a: si es grave el problema (cuando esto, sin recabar la información directamente de la persona afectada, en diversos momentos, y completándose la información con la facilitada por las personas del entorno, es relativamente difícil), a cómo actuar, o qué hacer para que la persona acuda para ser evaluada, y en caso de ser preciso, tratada.
La situación es relativamente complicada, es cierto, pero también es cierto que en esos momentos la implicación del entorno es esencial, de modo que sea el propio entorno el que incremente los factores de protección y minimice los factores de riesgo: se ha de hacer evidente que existe un problema.
Por supuesto, la principal vía será afrontar directamente el problema, hablando sin tapujos, en un entorno sosegado donde los reproches y prejuicios no aparezcan, y donde se trate de buscar soluciones al problema, acudiendo siempre a la ayuda de profesionales especializados.
El primer paso lo ha de dar el paciente, pero una vez que este se ha producido, es preciso sistematizar adecuadamente los pasos a seguir, a fin de culminar con éxito el proceso de cambio en relación al fenómeno adictivo o potencialmente adictivo, y a la mejora de todas las áreas que se han visto afectadas por el mismo. Para ello existen múltiples técnicas como la entrevista motivacional de Miller y Rollnick, el análisis de los modelos de creencias sobre la salud y otras. Pero eso, da para otro artículo.
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