Dos miradas desde el cine al alcoholismo: Días sin huella y Factótum
“Y ahí fuera, en esa gran jaula de asfalto, me pregunto cuántos habrá en mi misma situación: pobres diablos consumidos por la sed; para el resto del mundo cómicos personajes que se tambalean ciegamente hacia otro trago, otra copa, otra vida”.
Días sin huella
«Yo era joven. Pasaba hambre. Bebía. Quería ser escritor».
Charles Bukowski
Unidos por una misma pasión: la escritura. Unidos por una misma enfermedad: el alcoholismo. Y dos miradas del cine al escritor maldito marcado por el alcohol: Días sin huella y Factótum.
El cine no deja de ser un retrato de su propia época. En este sentido, refleja los acontecimientos y los hechos de la sociedad de la que se impregna y de la cual es fruto. Así, ya en 1945 el cineasta Billy Wilder supo entender que el alcoholismo significaba un problema real de salud pública. De esta manera, en Días sin huella, nos presenta a un escritor fracasado, Don Birman, completamente alcoholizado. Desde que era joven todos le vieron como un genio, pero, poco a poco, fue ahogando su talento en un vaso de whisky. Al principio, tomaba una copa para no tener que enfrentarse a la hoja en blanco, al horror vacui, para que de repente sus ideas estuvieran más claras y empezaran a fluir. Sin embargo, el alcohol, paulatinamente, se convierte en su enemigo, aquel que le impide trabajar y demostrarle al mundo lo que realmente vale, pero, a la vez, aquel que le permite olvidar en quién se ha convertido y ser otro.
Cuando empieza el film, Birman ya está inmerso en un completo proceso de autodestrucción alcohólica, pues lleva más de seis años enfermo y, a pesar de que intenta dejar su adicción, siempre vuelve a recaer. Al arrancar la película, ha conseguido mantenerse sobrio durante diez días gracias a la ayuda de su novia y su hermano. Tras conseguir este logro, éste y el propio Birman van a pasar un fin de semana en el campo. Sin embargo, a última hora Birman comienza a poner excusas para poder quedarse a solas y así tomar una última copa. Pero una copa nunca es suficiente y tras la última siempre viene otra más. Finalmente, su hermano, harto de que incumpla sus promesas, decide marcharse de viaje solo. De esta manera, el fin de semana que debería hacer cimentado su recuperación se convierte en el periplo de Birman hacia los abismos. Birman miente, roba, empeña diversos objetos, deja de escuchar a todo aquel que intenta ayudarle y se expone a la mirada acusadora de sus vecinos y conocidos que le recuerdan continuamente su propia vergüenza. Al final, comienza a creer que la única solución para su enfermedad es la muerte.
En Factótum, el problema del alcohol aparece de manera más tangencial.
Basado en la vida y los escritos de Charles Bukowski, el protagonista de este film, Hank Chinaski es un escritor que todavía no ha conseguido publicar su obra. Lo intenta una y otra vez enviando sus escritos a diversas revistas y publicaciones literarias. Sin embargo, siempre se las rechazan. Mientras tanto, vive de mala manera trabajando en aquello que le va surgiendo (y siendo despedido tan pronto como sufre una borrachera que le impide ir a trabajar al día siguiente) y amando a dos mujeres, Jan y Laura.
El alcohol no supone un problema para la creatividad de Chinaski: está acostumbrado a escribir relatos bañados en alcohol. Además, esta adicción de Chinaski aparece acompañada por su adicción al tabaco (adicción que también comparte con Birman) y a las apuestas. Asimismo, mientras que en el caso de Birman, las personas que le rodean intentan que deje el alcohol, Chinaski suele pasar su tiempo con personas tan alcoholizadas como él. De esta manera, esta película ayuda a cimentar, de alguna manera, la imagen idílica sobre el escritor maldito con una visión peculiar del mundo y que no acepta las normas sociales. No en vano escribió el propio Bukowski: “Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte”. Así, en Factótum no hay terapias de rehabilitación ni charlas con reproches por parte de su entorno. El protagonista no ve sus múltiples adicciones como un problema y no tiene el propósito de dejarlas.
De esta manera, con estas dos películas, Días sin huella y Factótum, encontramos dos miradas al problema del alcoholismo. La primera trata de mostrar de manera desolada las consecuencias de un alcoholismo en estado avanzado, cuando el adicto se ve obligado a mentir a su entorno (aunque ya no engañe a nadie) y a experimentar la vergüenza de las promesas incumplidas y de los reproches. Sin embargo, Factótum presenta una mirada en la que el alcohol no es tanto una enfermedad sino un rasgo más de la personalidad de un escritor maldito.
Tráiler de Días sin huella
Tráiler de Factótum
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