Alcohol: Abstinencia o reducción
Durante muchos años, desde siempre prácticamente, cuando una persona presentaba problemas con el consumo excesivo de bebidas alcohólicas el objetivo en el tratamiento era conseguir y mantener la abstinencia. Es decir, dejar de beber del todo y para siempre.
Se llegaba a decir que si una persona podía hacer un consumo controlado, es porque nos habíamos equivocado en el diagnóstico, esa persona no sufría un alcoholismo (dependencia al alcohol).
Con el paso de los años hemos visto que los problemas relacionados con el alcohol no eran solamente la dependencia alcohólica, alcohol y embarazo, consumo de alcohol entre los jóvenes, intoxicaciones etílicas, comas etílicos, alcohol y conducción, alcohol y violencia, y la relación con múltiples enfermedades orgánicas y psíquicas, etc. fueron parámetros que nos han obligado a cambiar la visión y los objetivos en el tratamiento de estos cuadros clínicos.
Tanto es así que el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales de de la Asociación Americana de Psiquiatría), descarta los diagnósticos de abuso y dependencia para englobarlo en el epígrafe de Trastornos por Uso de Alcohol.
Otro problema que hemos encontrado es que solo un 10% de las personas con problemas relacionados por este consumo acuden a ser tratadas. ¿Qué pasa pues con el 90% restante?
Por un lado la falta de percepción de riesgo ante determinadas conductas de consumo de alcohol, la nula identificación con el problema, la minimización de la patología y el “miedo” a no poder beber nunca más.
Además sabemos que un bebedor importante, de riesgo, tiene más tendencia a tener problemas hepáticos, cardíacos, neurológicos o incluso de padecer un cáncer, si la relación con cuadros de ansiedad, depresión psicosis o incluso el riesgo suicida es mayor.
Y es que con el consumo de alcohol el riesgo de padecer consecuencias, se incrementa a medida que el consumo es mayor. En términos generarles se sabe que consumos superiores a dos consumiciones al día son nocivos para la salud, aunque para que aparezcan problemas de dependencia las cantidades suelen ser más elevadas, los consumos de riesgo alto se situarían en 4 consumiciones o más al día para las mujeres y 6 o más en caso del hombre, tratándose de un consumo perjudicial. Pero esto es un término medio, al final lo que cuenta son las consecuencias más que las cantidades.
La disminución del consumo podría ser una solución en alguno de estos casos, pero dejaríamos claro de entrada que en el caso de alcohol y conducción, menores y embarazadas el consumo debe ser 0.
Otra cosa a destacar, bebedores con enfermedades orgánicas graves (p.ej. Hepatopatías), problemas de orden psíquico que revistan gravedad o con síndrome de abstinencia a alcohol reciente o con riesgo de sufrirlo, el objetivo debe ser también la abstinencia.
En el otro extremo podemos poner, consumos esporádicos, aunque sean abusivos, aparición de problemas incipientes, negación a la abstinencia como objetivo terapéutico y en general aquellas personas que empiezan a tener consumos de riesgo con complicaciones puntuales que repercuten en sí mismo o en su entorno. En estos casos, ¿Por qué no realizar una disminución del consumo y reducir o evitar la aparición de problemas? Bueno, en todo caso esto sería mejor que no actuar.
Además de minimizar las consecuencias, se incrementa la percepción de riesgo, se motiva a la persona a realizar cambios vitales y se mejora la calidad de vida.
A modo de ejemplo, los hombres que reducen su consumo de alcohol de 10 a 8 bebidas, reducen el riesgo de mortalidad en más de la mitad, de un 16% a menos de un 8%.
Y es que la reducción en el consumo además de reducir la probabilidad de muerte, reduce el absentismo laboral, reduce los días de hospitalización y disminuye por lo tanto los problemas económicos y legales.
Además en aquellas personas cuya motivación al tratamiento se escasa, la reducción del consumo es un paso válido hacia la abstinencia, como se ha venido demostrando en la adicción a la nicotina.
Esta alternativa terapéutica involucra al paciente, disminuye barreras de acceso al tratamiento y se adapta a cada persona y circunstancia.
Por último es bueno saber que hay fármacos de reciente uso en España que ayudarían a conseguir este objetivo, el primero ya comercializado, y sabemos que no será el último con esta función es el nalmefeno (Selincro®), que tiene una acción sobre los receptores opioides que permite reducir el ansia de consumir alcohol. Un buen apoyo terapéutico, siempre y cuando vaya acompañado de una intervención psicoterapéutica que incremente la motivación del paciente y le permita realizar y mantener cambios en su forma de vivir.
El abanico terapéutico se va abriendo, los enfoques se personalizan y lo que deberíamos al final es intentar que se pueda tratar al máximo de personas posibles que presenten un trastorno por uso de alcohol. Tenemos instrumentos, habrá que informar a la sociedad, acudir a un tratamiento no es algo vergonzante, lo triste es no poner solución a los problemas cuando tenemos instrumentos para superarlos. Abstinencia o reducción, pues, dos opciones validas, a valorar entre el terapeuta y el paciente en cada caso.
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