El tabaco y otras drogas
Saliendo del metro hace unos días el olor de tabaco en la calle era potente, casi insoportable. Hace un par de semanas observaba en un aeropuerto como las marcas de tabaco habían habilitado unas salas para personas fumadoras a las que quienes pasábamos por allí veíamos tras unos cristales. El entorno parecía agradable: colores claros, luz cálida, sillones cómodos e imágenes relajantes en pantallas de un tamaño considerable; lo que no sé es cómo olería dentro.
Muchas personas hacen uso del tabaco, y el consumo de tabaco entre las personas que sufren un trastorno adictivo relacionado con otro tipo de sustancias no iba a ser menos, presentando una elevada incidencia. Muchas de las personas que inician tratamiento se plantean dejar el consumo de tabaco. Sin embargo, ¿es recomendable iniciar una deshabituación tabáquica a la vez que se realiza un tratamiento para otras sustancias? El doctor Francesc Freixa, una de las grandes autoridades en tratamiento de alcohol y otras drogas desde el inicio de los años 50 del pasado siglo, afirmaba que “una persona adicta no se recuperaba totalmente hasta que no dejaba todas sus adicciones, incluido el tabaco”. La afirmación o es literal, pero el contenido era básicamente ese.
¿Qué hacer entonces?
EL TABACO EN CIFRAS
Según la Asociación Española Contra el Cáncer informa que el tabaco es el responsable de aproximadamente un 30% de las muertes por cáncer, del 20% de las muertes producidas por enfermedades cardiovasculares, y del 80% de la muertes por enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
Así mismo, se estima que el tabaco causará la muerte de 5 de cada 10 personas que fumen con regularidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), informa que el tabaco mata hasta a la mitad de sus consumidores, ascendiendo anualmente a más de 5,5 millones de personas de las que más de 600.000 son no fumadores. En España se estima que anualmente se producen 50.000 muertes por consumo de tabaco. En el mundo hay más de 1.000 millones de personas fumadoras. El problema es grave. Y a esto hay que añadir que la exposición al humo ambiental de tabaco aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón, enfermedades respiratorias y coronarias. Es decir, que los fumadores pasivos también sufren severamente sus consecuencias.
¿Qué es el tabaco?
El tabaco es una droga de la categoría de estimulantes del sistema nervioso central. Dependiendo de la marca está compuesta por infinidad de sustancias de alta toxicidad, que se multiplican durante su combustión hasta alcanzar más de 4.000 productos tóxicos (según datos de la AECC).
Su principal componente es la nicotina, un alcaloide que se encuentra en las hojas del tabaco y posee una alta capacidad adictiva.
Otros componentes son el alquitrán, amoniaco, arsénico, monóxido de carbono, níquel, polonio, acetona…, todas ellas con una alta toxicidad.
La nicotina funciona de manera similar a otro tipo de drogas, activando los núcleos cerebrales implicados en el placer o circuitos de gratificación; al igual que otras sustancias, la nicotina eleva los niveles del neurotransmisor “dopamina”, incrementando la sensación de placer. Sus efectos se producen muy rápido, tras encender un cigarrillo o aspirar nicotina de otro modo, por ejemplo, a través de un cigarrillo electrónico, la nicotina se distribuye por el cerebro, produciendo efectos desde los primeros 10 segundos.
Cuando los efectos de la nicotina disminuyen (la nicotina tiene una vida media corta, en torno a dos horas), la persona fumadora siente deseo de volver a fumar, esto es, síndrome de abstinencia. Debido a la rapidez de la desaparición de los efectos de la nicotina, la conducta de fumar se repite de forma reiterada con una elevada frecuencia.
¿DEJAR DE FUMAR?
Según el National Institute on Drug Abuse (NIDA) de los estados unidos, la mayoría de los fumadores consideran el uso del tabaco un hábito dañino y expresan el deseo de reducir o interrumpir su uso, pero 8 de cada 10 personas que tratan de hacerlo recaen.
Este hecho podría influir en el proceso de rehabilitación de una persona en tratamiento por otras adicciones, afectando directamente a la motivación.
A esto hay que sumar que cuando un/a fumador/a interrumpe el consumo de tabaco, se producen cambios en su estado de ánimo que no favorecen las condiciones necesarias para la psicoterapia, ya que aparecen la irritabilidad, la suspicacia, dificultades cognitivas incluyendo falta de atención, alteraciones del sueño y otras similares.
Por tanto, seguimos en el dilema: ¿qué debe hacer la persona que está en tratamiento y desea dejar de fumar? Atendiendo a los datos, es preciso que se realicen acciones para concienciar respecto a la necesidad de reducir o erradicar el consumo de tabaco. Muchos dispositivos de intervención en adicciones ya lo hacen: limitan el uso del tabaco, desarrollan talleres sobre tabaquismo, introducen en entre sus actividades el deporte, y promueven otra serie de hábitos saludables, que son incompatibles con el uso del tabaco.
Pero se ha de dar una vuelta de tuerca más, es preciso responder eficazmente a quienes durante el tratamiento desean dejar el tabaco, para ello la terapia conductual (registrar el número de cigarrillos, reducir los lugares donde se puede fumar, introducir conductas alternativas incompatibles como el deporte, etc.) a la vez que, si es preciso, se ofrece un soporte farmacológico temporal que apoye la terapia conductual y que module el síndrome de abstinencia del tabaco de modo que no interfiera en el tratamiento por otras sustancias.
Los tratamientos de reemplazo de la nicotina, chicle o parches, ayudan a aliviar los síntomas del síndrome de abstinencia, proporcionando a la persona que lo usa niveles más bajos de nicotina que el que se inhala a través del uso del cigarrillo, a la vez que elimina los efectos las otras sustancias que se encuentran en el cigarrillo o de las pilas en el caso de que este sea electrónico. Además, es poco probable que se abuse de las mismas ya que no producen los efectos placenteros del uso del cigarrillo, sólo modulan los niveles de nicotina en sangre. Otros formatos menos comercializados son el inhalador o el spray nasal.
Estos cuatro métodos farmacológicos alternativos parecen igualmente eficaces. Otros fármacos como el bupropion o el tartrato de vareniclina se emplean en la actualidad de modo habitual para la deshabituación del hábito tabáquico. Todos los formatos han de emplearse bajo supervisión médica.
Con tratamiento médico o no, la terapia conductual se demuestra altamente efectiva, ayudando a la persona a identificar situaciones de alto riesgo respecto a la conducta de fumar, a manejar el estrés y la ansiedad, a desarrollar conductas alternativas a la de fumar, a incrementar su apoyo social, a mejorar sus habilidades frente a los problemas, y otras relacionadas con el hecho de fumar.
Además, en el caso del tabaco la información objetiva sobre los efectos del consumo de tabaco incrementa la posibilidad de que la persona se plantee el hecho de dejar de fumar, completando su tratamiento relativo a los trastornos adictivos, pero siempre ha de hacerse cuando el momento sea el oportuno.
Lo importante es que los tratamientos se han demostrado eficaces y deben emplearse de manera adecuada en el momento adecuado. Solo hay que planteárselo.
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