¿Qué hacemos con las bebidas energéticas?
Félix Rueda | Psicólogo Experto en Adicciones
El consumo de bebidas de las denominadas “energéticas” (es decir, cualquier producto no alcohólico adicionado con una mezcla de cafeína en cantidades superiores a 20 miligramos por cada 100 mililitros, el cual es combinado con taurina, glucuronolactona, tiamina o cualquier otra sustancia que produzca efectos estimulantes similares) se ha convertido en una práctica habitual en nuestros días. Raro es el evento donde no se observa el consumo de las mismas., han pasado a la primera plana del patrocinio deportivo, y los anuncios en televisión y prensa continúan presentes.
Sin embargo, el volumen de venta de las mismas se ha “desacelerado”, pasando de crecer por encima del 20% a hacerlo sólo en torno al 6%.
En cuanto a su uso, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (European Food Safety Authority–EFSA) publicaba, en su informe del pasado 6 de marzo de 2013, que el 68% de los y las adolescentes europeos hace uso de las bebidas energéticas, también llamadas “inteligentes”; así mismo el 30% de las personas en edad adulta encuestadas afirma haber consumido al menos una vez alguna bebida energética durante el último año, de estos el 12% podrían considerarse consumidores de alta cronicidad de bebidas energéticas, ya que realizan el uso de dichas bebidas al menos 4 o 5 veces por semana, con un promedio de 4’5 litros por mes.
En el caso de las personas adolescentes (entre los 12 y los 18 años) este consumo era algo menor con 2,1 litro por mes, aunque manteniéndose el porcentaje de adolescentes con “alta cronicidad de consumo” en el 12%, al igual que en adultos.
Además, se encontró un elevado porcentaje de personas que consumía más de 1 litro por vez, que no es poco, si tenemos en cuenta la concentración de cafeína (con un promedio de 22’4 miligramos por día en dichos consumidores) y vitaminas que presentan dichas bebidas.
Respecto a la cafeína, según investigaciones médicas relativas al valor nutricional y los efectos sobre el organismo (Chin et al, 2008), sabemos que se absorbe y pasa rápidamente al cerebro y que sale del cuerpo en la orina muchas horas después de haber sido consumida, por lo que, presumiblemente pasa gran parte de ese tiempo en el cerebro, con efectos estimulantes o excitantes. También sabemos que no existe ninguna necesidad nutricional respecto a ella y que se puede evitar en la alimentación.
En cuanto a los efectos de la cafeína, podemos encontrar una aceleración en la frecuencia cardíaca, dificultades para conciliar y mantener el sueño, ansiedad-depresión, náuseas y vómitos, temblores, inquietud y agitación, e incremento en las ganas de orinar.
También presenta síntomas de abstinencia: somnolencia, irritabilidad, náuseas y vómitos, y dolores de cabeza. Por no hablar de los efectos sobre la absorción de calcio en los huesos, que se detiene ante la ingesta de cafeína y puede estar asociada con osteoporosis (Gagne y Maizae, 2012).
Si bien, parece que los efectos no deseados aparecen en dosis más altas de cafeína (más de 250 miligramos por día), hemos de tener en cuenta que quien consume un litro de bebidas energéticas por cada vez que lo hace está introduciendo en su organismo en torno a 320 miligramos de cafeína (una lata suele rondar los 32 miligramos por mililitro).
A esto habría que añadir la taurína, niacina, quinina, vitaminas B6 y B12, y otros compuestos que potencian los efectos de la cafeína o elevan los niveles sanguíneos de vitaminas sin necesidad.
En cuanto al consumo de las bebidas junto con alcohol, el 53% de las personas adultas que las usan afirmaban hacerlo con ambas bebidas combinadas, manteniéndose el mismo porcentaje para adolescentes.
Por último, un grupo que hay que observar con especial cuidado es el de niños entre 6 y 12, en el que se encontró un 18% de consumidores, de los cuales un 16% eran consumidores de “alta cronicidad”.
En muchas ocasiones, el consumo va asociado al ámbito deportivo, al académico, al laboral y, como no, al lúdico.
En cuanto a los otros usos y efectos posibles, las investigaciones realizadas con 2.793 alumno@s por el grupo de Larson (julio de 2014), una investigadora Estadounidense, informan de que el consumo de bebidas energéticas se asocia a un mayor uso de zumos y bebidas azucaradas (que pueden, en exceso, desencadenar ob3esidad y otros trastornos endocrinos), tabaquismo y un exceso de horas de consumo de televisión y video juegos (en la investigación detectaron un promedio de 4 horas de uso de videojuegos).
A la vez que del incremento en el consumo de bebidas energéticas, se habla de un incremento en los últimos 5 años de 240%, parece consolidarse, las atenciones hospitalarias por este hecho también aumentan, en EE.UU. incrementaron de 1.228 personas en 2005 a 13.114 en 2009. Carecemos de datos más recientes, así como de datos relativos a población española, pero podemos imaginarlos.
Según un informe de la Agencia estadounidense Food and Drugs Administration (FDA), un 44 % de las demandas en centros hospitalarios relacionadas con bebidas energéticas están relacionadas con el uso combinado de las mismas con alcohol u otras sustancias. También se usan las bebidas energéticas mezcladas con psicofármacos.
Otro dato importante es que, según informa la Sociedad Española de Patología Dual (en 2013), las bebidas energéticas parecen aumentar los síntomas de personas que sufren trastorno mental grave, sobre todo en cuanto a las alucinaciones auditivas y otras sensaciones relacionadas con la percepción.
Parece claro que a cierta dosis y en función del consumo junto con otras sustancias, la edad, y otros factores de riesgo previos, el uso de estas bebidas puede tener una serie de efectos no deseados sobre el organismo que hay que vigilar.
También parece claro que más allá de los costes sanitarios, que no son pocos, las repercusiones familiares, sociales y laborales de este fenómeno ¿aún no se aprecian? o ¿es posible que no se den?
Lo que seguro que es evidente es que algo hay que hacer. Ya hace 30 años que apareció la primera bebida de estas características, y hasta hace relativamente poco, 5 o 6 años, no se cuenta con datos fiables sobre parte de la repercusión de las mismas.
En España de aplica desde 2011 un impuesto especial del 25% sobre estas bebidas, además existe una prohibición de mezclarlas con alcohol (aunque sabemos que esta prohibición no es efectiva), y se realizan campañas de concienciación respecto a sus posibles efectos no deseados. También en este país, en mayo de 2014, el Congreso de los Diputados presentó una proposición para valorar la pertinencia de la limitación de la accesibilidad de las bebidas energéticas para adolescentes, Lituania hace tiempo que prohibió la venta de bebidas energéticas en adolescentes, Francia decidió en 2013 añadir un impuesto de 1 euro por litros de bebida energética debido a los gastos que ocasionan sobre el sistema de salud los efectos del consumo no deseado de las mismas.
Ante todo esto a mí me surgen más preguntas: ¿contamos con una foto real de los efectos deseados y no deseados del consumo de estas bebidas? ¿Es preciso regular su uso? ¿Debemos contar con campaña informativas al respecto? ¿Se ha de obtener evidencia científica respecto a los efectos en población española?
Quizá no se trata de sancionar o vigilar, sino de regular. El debate queda abierto.
Para saber más:
Los límites de las bebidas con cafeína
Cuatro bebidas energéticas al día pueden causar arritmias
¿Son peligrosas las bebidas energéticas?
Las visitas a urgencias por bebidas energéticas se duplican en EEUU
Las bebidas energéticas alteran el ritmo cardíaco
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