El psicodrama como una herramienta terapéutica para el tratamiento de las adicciones
Se apagaron las luces que anunciaban el arranque de la representación. Se hizo el silencio y en medio de la oscuridad se encendió un foco, en el centro una persona vestida de sufrimiento iba a escenificar cómo se siente una persona con adicción. Los espectadores quedaron atrapados por la historia, las lágrimas cayeron con facilidad y fue más fácil entender cómo de atrapado se sentía.
El teatro es una potente herramienta de comunicación. Permite expresar y permite conectar y sentirse identificado. ¿Qué pasa si algo así se aplicara en terapia? Esto es lo que pretende el psicodrama.
El psicodrama fue creado por el psiquiatra, psicosociólogo y educador Jacob Levy Moreno en el siglo XX. Levy lo planteó con el objetivo de ser utilizado como una terapia grupal. Aunque utiliza herramientas propias del teatro, la experiencia del psicodrama es introspectiva, es decir, busca ir hacia dentro para buscar respuestas o matices que son difíciles de ver de otra manera.
La evidencia científica es aún escasa, lo que no significa que su utilidad sea nula, sino que se ha estudiando poco su aplicación. Se necesita mayor investigación.
Neus Jordá es psicóloga y lleva años trabajando con personas con problemas de adicción y aplica el psicodrama en algunas terapias de grupo: “Es una herramienta muy visual que favorece la conciencia de enfermedad. En este sentido, las técnicas a emplear deben adecuarse al nivel de motivación del paciente. Conforme más resistente éste se muestre, más útiles son las estrategias motivacionales”, explica en su Trabajo Fin de Máster sobre esta técnica, y añade: “El uso de la metáfora y la analogía (mediante cuentos, narrativas, en definitiva, hemisferio derecho) ayudan a sortear las resistencias”.
Jordá asegura que el psicodrama “supone una externalización de una vivencia interna, útil en aquellas personas que se han desconectado a nivel emocional de tales vivencias”.
Un posible uso es el de pedir a la persona que elija a un compañero de grupo que represente a la sustancia, y a otro que haga de si mismo. Se le pide que les dé forma como si de una escultura se tratara, que los sitúe cómo él considere de forma que representen la relación entre ambos. Un ejemplo:
“Jose (nombre ficticio) es un adicto de 36 años en rehabilitación por su adicción a la cocaína. Tiene poca conciencia de enfermedad y acude a tratamiento presionado por sus padres. Tiene un pasado de acoso escolar del que todavía no ha hablado con sus terapeutas. Participa en un taller orientado a trabajar la motivación y en el que se acaba de realizar un caldeamiento con técnicas corporales. La consigna dada es la de “ esculpir” su relación con la sustancia. Para ello, se coloca a si mismo a punto de caer, apoyado en un pupitre de la sala, y al compañero “sustancia” empujándole por detrás. Una vez en esta posición, se le pide que realice un soliloquio, y describa lo que experimenta en esa situación: “Me empuja fuerte. Más de lo que creía (se ríe). Si no llega a estar la mesa… me caería. Qué fuerte empuja”.
Con un trabajo reflexivo posterior, se trabajó qué simbolizaba la mesa (el aprendizaje, las sesiones de terapia), reconociendo que no tenía tanta fuerza como él creía para contenerla. La relacionó, además, con su pasado de acoso escolar. La cocaína se revelaba así como su agresora, y no tanto como su amiga, rompiendo así la confluencia con la sustancia. Pudo sacarla “fuera de si” para de esa forma, verla como lo que realmente era, una abusadora.
Según este estudio, la terapia de psicodrama puede aumentar la autoconciencia y la motivación de los pacientes para cambiar su forma de vida y facilitar el proceso de cambio y empoderamiento en los pacientes.
El Psicodrama hace intervenir el cuerpo para expresar emociones internas e interactuar, si es necesario con otros cuerpos, mucho más allá de la expresión verbal del individuo. Es por lo tanto una herramienta poderosa porque puede sacar a la luz matices que están ocultos o en el plano de lo inconsciente.
Otro ejemplo expuesto por la profesional:
En otra ocasión, se utilizó la técnica de la escultura para trabajar una recaída. Andrés (nombre ficticio) afirmaba no entender por qué había recaído. En la recaída no había otros disparadores externos, salvo el estar a solas. La recaída se inicia con un diálogo interno que culmina en el consumo. Una vez obtenida esta información, se le solicita que elija a tres compañeros del grupo. Uno de ellos hará de “demonio”, otro de “ángel” y otro del propio Andrés. Se entiende por demonio, la parte de si mismo que le incita a consumir, y el ángel, aquella que le incita a mantenerse abstinente. Ubica a Andrés en el centro de la escena, al demonio a su lado derecho golpeándole la cabeza con insistencia y avidez reflejada en el rostro. Al ángel a su izquierda, decaído y con la mirada baja.
Terapeuta: Explícanos qué representa esta escultura.
Andrés: Estoy entre ellos dos. El demonio me da fuerte, tiene mucha más fuerza. Al ángel… no lo siento, está ahí pero no tiene fuerza.
T: ¿Cómo te sientes estando ahí?
A: Mal. No puedo escapar de él. No me deja en paz.
Solicito a Andrés que salga de la escena y elija a alguien que le represente. Así, desde fuera, puede observar la escena y las relaciones entre los elementos desde cierta distancia.
T: Qué crees que podrías hacer para salir de la influencia del “demonio”?
A: Apartarme.
T: Y eso, en tu vida, en qué se traduciría?
A: No lo sé. Él viene conmigo siempre.
T: Así es. Aun así, cómo podrías apartarte, poner distancia?
Los miembros del grupo que observan la escena (el público) se animan a participar y le hacen propuestas. Le sugieren que cree un pared.
T: y esa pared, ¿con qué la crearíamos? Qué serian sus ladrillos?
A: evitar quedarme a solas cuando el demonio me grita, así no le escucho tanto. Ir a ver a mis amigos sanos. Hablar con mis terapeutas. Hacer ejercicio… Todo eso hace que aunque grite, yo no le escuche tanto.
En ese momento, elige a una compañera que hace el papel de “pared” y se sitúa a si mismo detrás de ella, pero al hacerlo, le guiña un ojo al “demonio”.
T: Qué acaba de suceder?
A: No lo sé.
T: eres consciente de que le has guiñado un ojo a tu demonio? Significa eso algo para ti?
A: No me he dado ni cuenta… (baja la mirada).
T: tu lado demonio acaba de salir de pleno (risas). Tú sabes qué hacer para no consumir, sabes cómo construir tu pared. Pero todavía no haces completo uso de ella, porque en el fondo, todavía no te has decidido. Hay una parte de ti que sigue cómplice (de ahí el guiño del ojo) con la parte de ti que desea consumir a pesar de todo. Es algo así como si dijera: Vamos a hacer como que nos comprometemos a cambiar, pero en el fondo, querida droga, tú tranquila, que yo sigo aliada contigo. Que no te voy a dejar, tonta (Risas).
A: Bueno, puede ser… (mirada baja, sonrojo).
Entonces el Ángel de Andrés pide hablar.
Ángel: Yo siento que no me hace ni caso. Me gustaría que me escuchara.
Se le pregunta a Andrés si desea oir que puede decirle su lado ángel. Andrés acepta.
Ángel: Aquí no pinto nada. Ni me miras. Sólo le miras a él. Me siento ignorado.
T:Cuál es tu función, Ángel? Para qué estás en la vida de Andrés?
Ángel: Yo le recuerdo lo que le importa. Su familia, su salud, sus parejas. Le digo que hay más vida que la droga.
La terapeuta le pide a Andrés que mire al Ángel, y que vea qué siente al escucharle. Andrés “sabe” que tiene razón, pero a nivel emocional sigue fascinado con el demonio. Se mueve en los extremos de querer anularle, “matarle”, o de entregarse por completo a él.
Se realiza una resignificación de la experiencia, en la que el Ángel y el Demonio se contemplan ambos como partes legítimas suyas. No es posible matar a ninguna de ellas, sólo elegir alimentar más a una que a otra. Se busca extraer partes positivas y funcionales de su lado “demonio”. En contra de la lógica, no se persigue eliminar al demonio, sino darle un lugar y permitir que los lados menos dañinos del mismo, tengan su espacio. En este sentido, la picardía de Andrés, o su astucia para conseguir salirse con la suya en muchas situaciones, son partes de su lado “demonio” que puede elegir conservar, mientras renuncia al consumo. Desde ahí puede encontrar más equilibrio interno, desde la aceptación de sus ambivalencias, a la vez que gana en conciencia de enfermedad -habiendo escenificado su pacto implícito con la droga- y en responsabilidad personal. La externalización de la vivencia permite que las resistencias aflojen: no es lo mismo decir Yo quiero consumir, que “verlo” fuera de uno, facilitando la conexión con aspectos no conscientes o conscientes pero negados verbalmente. La comunicación no verbal no engaña. Y resulta menos amenazador para la propia autoconciencia observarlo en elementos ajenos, desde el poder que ofrecen las metáforas. De esta forma, se facilita también que se creen “anclajes”, es decir, símbolos que faciliten la conexión inmediata con aspectos psicológicos. Así, ante una situación de riesgo o ante la presencia de disparadores, la idea de “pared”`puede facilitar que se pongan en marcha mecanismos de contención y escape que ayuden a garantizar el éxito de la situación.
A pesar de que el psicodrama tiene años de trayectoria y aplicación, la investigación empírica es aún escasa. Sin embargo, la poca evidencia que hay, apunta resultados prometedores en el abordaje de patologías como la adicción y enfermedades mentales, siempre que se acompañen de otras estrategias de carácter cognitivo-conductual.
Las luces del teatro se apagaron. El actor quedó tranquilo de conocer ahora qué amenazas tiene y qué resistencias genera por sí mismo en la rehabilitación. El público aplaudió y valoró su entereza en mostrar la dureza de la adicción. Seguro que aquella representación sirvió de algo.
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