El sexo no es coito
“Muchas personas follan, pero son pocas las que saben hacer el amor”
Las prisas, el estrés de querer abarcar muchas tareas a lo largo del día en esta sociedad en la que vivimos, lleva, en muchas parejas, a tener que planificar cuándo van a tener relaciones sexuales, además, se tiende a intentar que sean cuanto más rápidas mejor y que sean lo más satisfactorias posibles, de ahí que sólo se estimule y se trabaje con los genitales para terminar cuanto antes y conseguir un orgasmo rápido “porque mañana tengo que madrugar” o “porque me tengo que ir”.
“No, por ahí no; tan rápido no, más despacio” son expresiones que describen claramente el ritmo frenético de algunas relaciones sexuales y es necesario recapacitar sobre este momento y ser capaces de reestructurarlo y disfrutar de la verdadera sexualidad.
Es verdad que las ganas de sentir rápido, la obsesión por llegar a la explosión del orgasmo, llevan al gran placer que supone el desear al otro/a, el sentirse deseado, el preparar el momento del encuentro sólo imaginándolo, el mirarse, el besarse, el acariciarse apasionadamente en los primeros minutos, a los que le siguen la búsqueda de esos “botones eróticos y mágicos” que van encendiendo, cada vez más, la pasión por “nuestro/a amante” y donde queremos que el tiempo se detenga.
Pero hay una frase popular que nos viene a decir que “las prisas no son buenas”. La prisa, el estrés, la ansiedad por querer actuar de forma rápida en el encuentro sexual es el principal enemigo de nuestra capacidad erótica, pudiendo llegar a influir muy negativamente y frustrando la respuesta sexual; en el hombre provocando el “tan temido gatillazo” que ocasiona la pérdida de erección del pene y en el caso de la mujer dificultando la concentración y así, impidiendo, por tanto, el disfrute pleno del encuentro más íntimo.
Es por ello que, sin prisas, hoy vamos a aprender a hacer el amor y vamos a desvincular la sexualidad del coito, ya que, aún en pleno siglo XXI, se tiende a confundir el sexo con la sexualidad.
Reflexionemos sobre una cuestión: ¿Por qué no valorar la intensidad de las emociones que provoca la sexualidad sin necesidad de que haya coito?. Cuando hablamos de sexo estamos pensando en la penetración y deseando llegar al orgasmo. El orgasmo dura unos pocos segundos. Qué pena que la relación sexual se focalice y se limite a estos pocos segundos. ¡¡¡Yo, me niego!!!!.
Hay que aprender a escuchar e interpretar cada una de nuestras emociones en cada momento y en un momento tan especial y placentero como el compartir lo que sentimos, más aún.
Las reacciones emocionales son espontáneas y no se pueden fingir, esas que provocan una mirada, esas que hacen que te pongas nervioso/a, esas que hacen que se erice el vello de tu piel, esas que provocan palpitaciones del corazón, que pueden llegar a provocar, perfectamente, un nivel de excitación elevado y que es más que evidente en la erección de un pene y en la lubricación vaginal.
Por eso es tan importante y los profesionales de la Sexología siempre insistimos, en la necesidad de ver la sexualidad desde la parte afectiva, referida a las emociones y sentimientos que produce, aunque no se puede pasar por alto el efecto físico y totalmente objetivo que provocan estas emociones y que se ven reflejados, perfectamente, en la reacción fisiológica que generan las mismas y que no se pueden evitar como es notar que nuestros genitales están preparados para el encuentro, fruto de la atracción y del deseo que son la antesala de la excitación.
Pararnos a pensar en lo que sentimos, nos va a llevar a seguir buscando y a propiciar futuros encuentros con esa persona que nos hace sentir y que ella también siente hacia nosotros. Es lo que llamamos la reciprocidad, es el estar preparados y dispuestos para amar.
Volvemos a la variable tiempo: ¿para qué preocuparnos de los escasos segundos que dura un orgasmo si los momentos previos al orgasmo y los de después duran más?.
No quiero que se entienda que le estoy quitando importancia al orgasmo, por supuesto que no. Primero, porque es el reforzador más potente que existe; no hay otra cosa que pueda llegar a provocar la gran satisfacción física, psicológica y emocional que provoca porque, además, es un importante reforzador de nuestra autoestima por el inmenso placer que experimentamos cuando lo sentimos. Segundo, porque existe, agrada y debemos buscarlo sólo por el mero hecho de sentir la necesidad de tenerlo a solas o acompañado y compartido con nuestro ser amado.
Pero no podemos ni debemos quedarnos en esos segundos. No se debe.
Vamos a centrarnos en el antes: en esos momentos de una noche con un follamigo en los que unas pocas horas saben a gloria bendita y que nunca se sabe si volverán a repetirse, pero quedarán en nuestro recuerdo.
O esos 11 ó 15 ó 30 primeros días intensos del principio de una historia que auguran el comienzo de una relación donde repullos, palpitaciones, mariposas en el estómago, vuelcos del corazón, palabras llenas de emoción comienzan a rellenar vacíos y que, con cierto esfuerzo y muchas ganas de dar y de recibir, intentan colocarse en su mejor sitio. Haciendo que no salgan las palabras y el silencio hable.
O esas 9 semanas y media de pasión y desenfreno que no voy a describir porque queda bien reflejado en la película por todos conocida.
O esos momentos previos que viven las personas que llevan años y años compartiendo con la misma intensidad que la primera vez.
Y qué decir del después: esperando que los corazones acelerados se tranquilicen y vuelvan a su ritmo normal en situación de reposo. Esa relajación plácida y serena que invita a que aparezca el sueño y no precisamente porque tengamos sueño, sino porque es tal la sensación de felicidad y plenitud que hace que nos quedemos traspuestos, exhaustos de satisfacción, con una distensión muscular que nos hace no tener alientos ni para movernos y que no podamos ni con las coplas de un ciego. Que no nos pidan nada en ese momento, no queremos ni movernos, queremos que nos dejen tranquilos. O, por el contrario, que nos pidan lo que quieran, porque somos capaces de darlo todo. Sin olvidar que, quizás en este momento, queramos más.
Queda claro que las circunstancias descritas, a modo de ejemplo, hacen que cada encuentro sea totalmente diferente, especial y único. Además, es más que evidente decir que la sexualidad hay que vivirla de principio a fin y que quedarnos en los pocos segundos de placer que provoca el orgasmo no tiene mucho sentido. Tenemos que aspirar a más y no quedarnos en la satisfacción del instinto más básico, momentáneo y puntual que nos provoca el coito.
Hay que disfrutar de los 5 sentidos físicos; de las miradas compartidas y nerviosas que sin ni siquiera habernos tocado, nos llevan a aumentar ese deseo irrefrenable de querer más; de la piel rebosando las ganas de tocar y ser tocados que invita al quitémonos la ropa; del oído escuchando susurros o simplemente una música sensual que nos calma el alma; del gusto por compartir lenguas juguetonas y jugosas; y del olor, ese que sí que perdura porque almacena en nuestra memoria para siempre, el momento que vivimos y sentimos. Sin olvidar el sexto sentido que para mí es el emocional y es el que nos hacer tener un comportamiento casi adictivo que nos lleva a contar los minutos para volver a repetir el siempre anhelado encuentro para desearse, sentirse y amarse.
Dedicado a las personas que aún no disfrutan de la verdadera sexualidad.
Ana María López Llorente
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