Se perpetúan los estereotipos de género sobre los consumos de drogas
Los estereotipos de género siguen influyendo de forma determinante en el consumo de drogas -en la percepción de las sustancias, en cómo consumir, en los riegos que se temen, etc- que realizan los y las jóvenes españolas de 16 a 24 años.
El discurso mayoritario de la población juvenil nos dice que consideran el consumo de drogas como un ámbito que no corresponde a las mujeres porque es “típicamente masculino”. Por eso, cuando ellas consumen se exponen a un juicio social -tanto entre la población juvenil como para padres y madres- mucho más severo que afecta al conjunto de su identidad, como “mujer descontrolada”, “poco femenina” o que “busca lo que no debe”. Sin embargo, un chico en las mismas condiciones es considerado molesto o pesado, pero situado en su rol, y tan solo en ese momento.
Ellas se enfrentan en definitiva a una muy superior culpabilización y responsabilización de su consumo, a una sanción global de su comportamiento de la que son plenamente conscientes.
También son diferentes los riesgos que perciben del consumo. Mientras ellos temen meterse en peleas o tener un accidente, ellas temen por encima de todo una agresión sexual.
Estas son algunas de las principales conclusiones de la investigación “Distintas miradas y actitudes, distintos riesgos. Ellas y ellos frente a los consumos de drogas” realizada por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad gracias a la financiación de la delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas.
Según la investigación, los y las jóvenes comparten la visión de las drogas como un componente instrumental en contextos festivos, que, además, ayuda a la desinhibición. Unos u otras asumen que el consumo de drogas es una parte indisoluble de un cierto tipo de ocio (el ocio de las salidas nocturnas de fin de semana donde las drogas están incorporadas, normalizadas y son parte constitutiva). Las consideran una parte del atrezzo festivo, como cualquier otro elemento del decorado (ropa, música, locales…) y contribuyen a la consecución o amplificación del principal objetivo: la diversión. Consideran en cierta manera legítimo su uso siempre que se realice en estos entornos festivos.
Chicos y chicas afirman que les ayudan a desinhibirse, desfasar, a facilitar las relaciones interpersonales y, muy fundamentalmente, facilitan los encuentros y las relaciones sexuales.
Sin embargo, para ellos se trataría más de facilitar la exposición ante los y las demás y para ellas poder aparentar una imagen de integración y de igualación respecto a ellos. Lo que trasciende al conjunto de los discursos, de chicos y chicas, de padres y madres, es que las mujeres jóvenes consumen por imitación de los comportamientos de sus pares masculinos.
Para ellos cualquier imagen de consumo puede resultar favorecedora, e incluso reforzar su identidad sexual/de género en torno a cierta concepción de la masculinidad. Sin embargo, en las chicas el consumo implica un deterioro de lo que se espera de una mujer.
Estas posiciones de partida suponen un menor cuestionamiento o necesidad de justificación de los consumos juveniles festivos masculinos, mientras que se carga a los consumos femeninos de una doble penalización: la del consumo en sí mismo y la de haber consumido siendo mujer. Esto produce una gran diferencia también entre chicos y chicas a la hora de asumir, frente a los progenitores, la responsabilidad de los consumos: las chicas se sienten mucho más preocupadas por lo que piensan sus padres y mucho más culpables si consumen.
Chicos y chicas sancionan socialmente que ellas consuman tanto como ellos porque, según afirman, deben ser conscientes de que son más vulnerables y necesitan mayor protección que los varones. Tanto es así, que incluso los riesgos percibidos del consumo son muy diferentes para unos y para otras: los hombres jóvenes temen verse inmersos en peleas o sufrir robos en el caso de no controlar, las mujeres jóvenes tienen miedo a peligros de tipo sexual, expresamente la violación o cualquier tipo de abuso o agresión.
Cuando se les pregunta sobre la influencia grupal lo que se apunta inicialmente, sobre todo desde la visión de los varones, es que los chicos son más independientes en los consumos y que las chicas siguen más el referente grupal. Es decir, consideran que a ellas les afecta más la presión de grupo.
CARGA DE ESTEREOTIPOS DESDE LA FAMILIA
Aunque padres y madres, en general, se reconocen preocupados por los ambientes que frecuentan sus hijas e hijos y por la posibilidad de que consuman sustancias (sobre todo ilegales), atribuyen expectativas y establecen estrategias preventivas diferentes con unos y otras. Principalmente, la desconfianza que ambos progenitores tienen en relación a las hijas deriva de lo que les pueden hacer otras personas, mientras que en relación a los hijos preocupan más las consecuencias visibles y agenciales (que se metan en líos, que tengan un accidente…).
Los padres (los hombres, fundamentalmente) se muestran mucho más protectores con ellas, mientras que son bastante más permisivos con los chicos. En familias con hijos de ambos géneros, las hermanas suelen tener menos libertad que los hermanos, en términos de horarios, posibilidad de salir, control, necesidad de ir acompañadas, etc. Buena parte de las chicas (especialmente las más jóvenes) asumen esa posición de debilidad y entienden la sobreprotección paterna/materna.
Paradójicamente, las madres justifican una mayor tendencia a la sobreprotección de sus hijas argumentando en relación a esa teórica mayor debilidad femenina, mientras que su rol como madres, capaces de hacer cualquier cosa por sus hijos e hijas, poco tiene que ver con la debilidad. Esto tiene que ver con la asociación de la vulnerabilidad a la fuerza física, no tanto a la fortaleza de carácter o a la personalidad, que suele presumirse mayor entre las chicas jóvenes.
Los padres, por su parte, tienen que lidiar con su rol de autoridad y a la vez ser fuertes y despreocupados, mientras establecen límites mucho más claros con ellas que con ellos. Al menos desde los argumentos, les afecta menos las posibles consecuencias del consumo sobre sus hijos que sobre sus hijas a pesar de que, en el imaginario colectivo, la expectativa de consumo de sustancias sea superior entre los chicos que entre las chicas.
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