Adicciones: Quien no está dispuesto a perder, acaba perdiéndose
Cómo se empieza a desconectar del mundo a causa de las adicciones
El ser humano viene de un lugar, el útero materno, donde nada le falta. Al nacer se encuentra con un mundo lleno de sensaciones; algunas de ellas, de malestar, que intentará evitar a toda costa, buscando recuperar ese momento donde nada le faltaba.
Para ello, intenta silenciarse con conductas que le ayudan a trampearse, que le hacen creer que va a poder transitar por la vida sin ningún coste: va a querer borrar todo aquello que huela a pérdida, a vacío, a dolor… En definitiva, borrar la falta. Falta que tiene todo ser humano y que, por otra parte, es la que nos permite buscar aquello que queremos. Pero, para saber lo que queremos, tenemos que escucharnos y hacernos preguntas.
En la toxicomanía como patología, podríamos decir que hay un “tapar la falta”, cuando el sujeto intenta llenar continuamente la sensación de vacío. La paradoja es que ese querer llenar es realmente un ir vaciándose, un ir separándose de lo que él es, para quedarse pegado a la sustancia, por no soportar el malestar, la dificultad que implica vivir. Evita de este modo encontrarse con la frustración que supone que las cosas no sean, a veces, como queremos, pero como les decimos en Triora Adicciones a nuestros pacientes: “la vida es un continuo perder, elegir, renunciar a algo para ganar otra cosa, pero NO TODO. Y quien no está dispuesto a perder, acaba perdiéndose».
Cuando algo me gusta me quedo pegado
Aquí entran en juego los límites, esa función de corte, que viene a decirnos “esto sí, esto no, esto puede ser, esto tiene que esperar…”. En definitiva, aquello que facilita que las personas se puedan relacionar con las cosas de forma más sana y no tan pegadiza; función que, en el caso del adicto, se inscribe de forma deficiente, no pudiendo así regular la relaciones, si no es de una forma fusional, sin límite. Uno de nuestros pacientes nos lo explica así: ”Cuando algo me gusta, me vuelvo loco, me quedo pegado”.
De eso se trata, de que el adicto se pueda despegar de esa forma de relacionarse, de ese rol fijo tras el cual juega a todo siempre igual, desde el mismo lugar rígido en el que se siente “seguro”, para no sentir aquello que no le interesa, porque produce malestar.
Pero poder despegarse cuesta, conlleva sentir, renunciar a la rigidez emocional que hasta ahora le ha permitido construir un muro tras el cual el adicto cree tenerlo todo bajo control, un lugar donde no se arriesga (a vivir), pero donde continuamente se pone en peligro.
La alternativa para poder romper con esta repetición y buscar otras opciones será aceptar la falta, el que no todo es posible, que, por otra parte, dará lugar a la puesta en marcha del deseo.
Mercedes Lledó Oliver | Psicóloga en Triora Alicante
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