El Cartón
Una joven madre se dirigía caminando a recoger a sus hijas del Colegio. El trayecto desde su casa al centro era corto, pero aún así había pasado delante de tres bares, un supermercado y una pequeña tienda donde se vendían chucherias y revistas. En todos ellos era posible obtener alcohol sin problemas. Como cada día El Deseo Latente levantaba el cuello y decía: «Sigo aquí». La Permisividad inmediatamente respondía: «¿Porqué no? Sólo una vez». Y el miedo, les escuchaba y sabiendo que la cosa iba con él, corría a esconderse. Así era y sería siempre, día tras día, minuto a minuto, segundo a segundo de su existencia, hasta su último aliento. No era una única batalla, era una lucha diaria y constante. Tenazmente mantenida. Mantenidamente dura. Duramente conseguida. La Fuerza de Voluntad se impuso una vez más con un contundente: ¡NO!. Dieciseis meses, dos semanas y tres días diciendo NO.
Por ello le habían dado un Diploma de Reconocimiento en la Asociación de Alcohólicos a la había acudido para saber enfrentarse a sus demonios.
Ella lo llevaba siempre consigo porque le daba confianza, le ayudaba a mantener el propósito de rehabilitación que tan duramente trabajaba sin descanso, para no sucumbir en cada cumpleaños, en cada fiesta, en cada navidad, en las miles de ocasiones que cada día se presentaban, o simplemente para hacerlo sin más, que para beber ni siquiera hacen falta excusas. Las personas que la amaban entendían el significado del Diploma. Más la comprensión y el entendimiento, no son patrimonio universal de la humanidad. Un día alguien le dijo: ¿Y con lo que te cuesta no beber te dan un cartón? ¡Pues vaya premio!
Pensó en lo del cartón. No era un mal símil. En realidad un cartón está formado por varias capas de papel superpuestas unas sobre otras, que cada vez lo hacían más fuerte y más duro, más difícil de doblar. Igual que su abstinencia, hecha de capas y capas de voluntad y superación, unas sobre otras, unidas con el pegamento más fuerte que existe: El amor a la Vida, a sus hijas, y especialmente el amor a ella misma. Estuvo a punto de espetarle al zote que la entrega de su Diploma le había costado y le seguía costando un titánico esfuerzo a cada instante, que era su SIMBOLO de triunfo, su salida de las cadenas de la adicción, pero desistió. ¿Para qué? Ella sabía muy bien su significado. Su diploma quizá no tuviera precio, pero desde luego tenía muchísimo VALOR.
Dos bares más hasta llegar al Colegio. Paso firme. Ni una mirada a su interior donde podía esperarle de nuevo el infierno. Ya salían sus hijas y corrían hacia ella con los brazos extendidos: ¡Mamá! ¡Mamá!
Va por ti, Pilar.
Carmen Godino y Soto
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