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La Vida, el gran motivo para seguir viviendo

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Las personas que padecen un trastorno adictivo viven en un infierno. Las personas que padecen un trastorno adictivo aman la vida.

No, queridos lectores y lectoras, no he caído en ninguna contradicción al afirmar esas dos frases de forma conjunta. Si os parece, vamos a ir viéndolo.

Para ello, primero vamos a recordar cómo se caracteriza este trastorno: es la necesidad que siente una persona por consumir, de forma reiterada e impulsiva, una sustancia adictiva llegando a interferir en todas las áreas de su vida. Es la pérdida de control de su comportamiento, y, también, de sus decisiones, emociones y sentimientos. En definitiva, es la pérdida de control sobre sí mismo.

Entender y comprender el comportamiento adictivo no es tarea fácil si nos dejamos llevar por las interpretaciones de las diferentes realidades que nos rodean, que, a su vez, contaminamos con nuestros propios prejuicios. Y, además, en demasiadas ocasiones, aplicamos un sentido común que está fuera de la lógica de este comportamiento, aunque este trastorno y su comportamiento tengan un cuerpo explicativo. La realidad del cómo y del porqué de este comportamiento es mucho más compleja. Es, sobre todo, multifactorial, por eso ese sentido común que intentamos aplicar a esas conductas son y serán erráticos en todo momento.

Además, en numerosas ocasiones, caemos en consideraciones generalistas como “la falta de voluntad” o que “los adictos tienen una baja autoestima” para describir la complejidad de este trastorno. El comportamiento adictivo, como digo, es mucho más complicado y va más allá de esas simples afirmaciones. De modo que, sobre esta parte, dejaremos para otro artículo una explicación más detallada del mismo.

Pero volvamos al principio, cuando afirmaba que las personas que padecen este trastorno viven en y un infierno de manera constante. Porque es la sustancia o su comportamiento el que dirige su vida sin casi ninguna posibilidad de tomar el rumbo; aunque si le preguntáramos a estas personas, nos afirmarían todo lo contrario. Ellas y ellos creen mantener el control. Y esa ilusión es el producto de su propio autoengaño.

Durante una gran parte de la vida adictiva este autoengaño forma parte de ese espíritu de supervivencia que conlleva este comportamiento en sus vidas. Hasta que en última instancia aparece la conciencia, aunque ésta aparezca cuando la gravedad de esta enfermedad y sus signos son más que evidentes. Aun así, en la mayoría de las ocasiones, siguen manteniendo abiertamente la mentira.

He dicho supervivencia en el párrafo anterior y he dicho bien. Y es que las personas con este trastorno, para “seguir viviendo” necesitan de la sustancia o del mantenimiento de su comportamiento adictivo. Comprender esta problemática desde una perspectiva personal sin conocimiento previo de la enfermedad es muy difícil. Pensar que puedan existir personas en las que la autoadministración de una sustancia sea su objetivo prioritario, y que la autodestrucción que conlleva sea la única manera de mantenerse vivo, es lo paradójico de esta enfermedad. Es decir que, para “seguir viviendo”, necesitan seguir consumiendo. Por eso, como dije en algún párrafo anterior, visto “desde fuera” es difícil comprender el alcance y la envergadura de esta enfermedad.

Mientras dura la enfermedad es una lucha constante de la persona por ser. Si, por ser. Por ser padres y madres, hijas e hijos, hermanas o hermanos, pero la sustancia no les deja. Una lucha por mantener el arquetipo, por ser lo que quieren ser, por cumplir su función en la familia o en la sociedad, pero la sustancia no les deja. Quieren estar presentes pero la sustancia les deja ausentes. Y cuando esas ausencias se hacen presentes en su propia conciencia, sufren de dolor y de la ausencia de ellas y de ellos mismos. Y la consciencia y el dolor de su propia existencia es lo que les hace seguir consumiendo.

Es el dolor de su propia vida. Les duele porque quieren vivir, pero no saben cómo hacerlo, no conocen otra forma, no saben cómo escapar de esa esclavitud ni de ese infierno. Y es conocer también el dolor de los que le rodean y les quieren por lo que sufren a la vez, y, por no sentir ese dolor ni ese sufrimiento vuelven a consumir. También, en algunas ocasiones, para no hacer sufrir ni sufrir más, deciden marcharse. Así de compleja, así de grave es esta enfermedad.

Por eso digo también que aman la vida, porque no dejan de intentarlo, aunque lo hagan desde esa falsa ilusión de control, autoengaño, mentiras y tropiezos continuos.

Pero la realidad de esta enfermedad es la que es, y no existe otra forma de abordarla hasta que la persona decida por sí misma ponerse en tratamiento. Tan solo exige emplear el mismo empeño en sentido inverso, y si no es a la primera o la tercera, pues a la quinta, pero nunca hay que dejar de intentarlo. Porque la realidad, también, es que es posible pararla.

He pensado por un momento que, quizás, por casualidad, este pequeño artículo llegue a manos de alguien que está inmerso en el consumo, y yo me voy a imaginar que tengo la suerte de que lo está leyendo. Así que, ahora me voy a dirigir a ti personalmente: “aunque te parezca extraño, te comprendo, y comprendo tu forma de “vivir”, pero, entre tú y yo, los dos sabemos que amas la vida y ya conoces la que no es, entonces… ¿a qué estas esperando? Sé que es tu decisión, y te respeto, pero te animo a que des ese paso. Porque hoy ni te imaginas lo feliz que serás dentro de un tiempo, y esa felicidad es tan real que puedo asegurarte de que no es una quimera, que sí, que es real y que existe”.

Y, también he imaginado que, quizás, algún día tenga la suerte de recibir noticias tuyas y me cuentes lo bien que te va en tu nueva vida. Porque, no te puedes hacer una idea la alegría que me daría saber de ti y lo feliz que me harías. Mientras me llegan tus noticias, te envío mucha fuerza para emprender ese camino y te doy mi más sincero abrazo.

Salud y Sobriedad.

¡Un abrazo a todos!!

 

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Luis C Vertedor

Psicólogo. Máster en Investigación en Psicología y Experto en adicciones.

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